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Borja, Moyano, Deivid y Michel Herrero durante la rueda de prensa de los cuatro capitanes tras la derrota en Albacete. Ramón Gómez
Diario de sesiones

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Sugiere el articulista al entrenador del Valladolid que repase lo que se hacía cuando las cosas iban bien para recuperar ese discurso en los momentos difíciles

Javier Yepes

Jueves, 14 de diciembre 2017, 14:24

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La fotografía de Ramón Gómez a los cuatro capitanes, que aparecía el lunes en este periódico como ilustración, es la viva imagen de una escenificación forzada ¡y contraproducente! para un relato falaz.

Las expresiones de Borja, Moyano y Michel -Deivid fija en alguien la mirada- se asemejan más a las de tres convictos escuchando resignados a su suerte cómo se les condena a la pena capital, que a las de tres futbolistas, pidiéndole a la prensa que transmita su convencimiento de mejora a la masa social.

El mismo que a ellos se les encomendaba, absurdamente, transmitir desde la mas alta instancia y del cual están carentes.

El futbolista solo cree en dos personas mientras pertenece a un club. A saber: el presidente que 'le cumple' en lo económico y el entrenador que le hace jugar y ganar. Fuera de ahí -lo personal es lo primero- entramos en el terreno de lo colectivo; pero eso es otro asunto.

De igual modo, el entrenador solo cree en un presidente cumplidor en lo económico y en lo deportivo. Vamos, que si le ha pedido una serie de jugadores en concreto, que se los traigan.

No hay mas credos para una figura que vive en exclusiva de los resultados. Y esa supervivencia solo depende de los jugadores que maneja; sean canteranos o foráneos, ¿qué más da? No existe trabajo a largo plazo con resultados adversos; ¡lo diga quien lo diga!

Establecido el binomio plantilla/entrenador, la relación de confianza la marca en primer lugar el éxito en los resultados. Si ganas el que juega está contento y el que no juega tiene que permanecer callado por razones obvias.

En la derrota, y más si esta se repite, es cuando surge el problema. El que jugaba cuando se ganaba ahora está descontento porque pierde y juega a técnico para exculparse, mientras que el que no juega ya tiene argumentos para exponer unas razones que antes no se atrevía. Con ligeras variantes o matices, esta es la eterna historia conocida y aceptada por el entrenador.

Entra entonces en juego la tercera pata de esta mesa. Sale a la palestra la última instancia para determinar la cuantía del daño y la medida que, de forma triste e injusta, no tiene mas remedio que tomar.

Antes, una puesta en escena de los futbolistas preludia la confirmación en el cargo, por parte de la jefatura, al entrenador. Y por último, la solución final.

Sin embargo, aquí con la cosa avanzada, aún queda un resquicio.

¿Por qué no buscar en el diario de sesiones, de qué forma entrenábamos, cuál era el discurso en el vestuario y con quiénes y en qué puestos jugábamos cuando todo iba bien?

Encontrada la página, ¡repetirla urgentemente!

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