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Los jugadores del Real Valladolid se lamentan tras el pitido final. Alberto Mingueza
Game Over

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Partido de vuelta ·

Juan Ángel Méndez

Valladolid

Domingo, 15 de abril 2018, 22:20

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Fin de la partida. Al Real Valladolid le han comido la última ficha y tiene los bolsillos vacíos para renovar el crédito. Suárez y Gómez pusieron el órdago encima de la mesa con el cambio de entrenador y el movimiento solo ha servido para presenciar un ejercicio más de incompetencia de su plantilla. Tampoco es que sorprenda, porque si el nuevo inquilino del banquillo apuesta por un once calcado a cualquiera de los que cavaron la tumba de Luis César, lo normal es que ocurra lo que sucedió ante el Sporting, un nuevo fiasco de un equipo lento y previsible, en el que solo Mata y Plano rompen el guión. Pero con dos no basta. El juego coral no existe y las transiciones ofensivas levantan el bostezo. Es imposible practicar un fútbol más monótono. Los héroes son los aficionados que siguen confiando en el milagro cada vez que atraviesan los vomitorios de Zorrilla. No hay un plan. El balón viaja en burra y la única salida son las estériles conducciones individuales que siempre terminan en fracaso. Envíos en largo sin criterio, centros sin rematador. Es la vida en blanco y violeta. Y eso que Mata, el hombre, convierte en ocasión cualquier sandía.

Me imagino la cara del presidente y el director deportivo al recibir la alineación del nuevo Real Valladolid de Sergio. Seguro que pensaron que les habían dado el papel de la jornada anterior. Nuevo jefe, idénticos peones. O el técnico no ha visto un solo partido del conjunto castellano antes de llegar o los once que deambulan por el campo entrenan muy bien, pero compiten como benjamines. Si no es así, debería explicar, por ejemplo, la suplencia de Ontiveros. Y si ha visto alguno, que arroje luz sobre la titularidad de Borja y Luismi, incapaces de dar ritmo y profundidad a las transiciones ofensivas del cuadro castellano. Encefalograma plano en la creación y ficticio derroche físico en defensa.

Es curioso. El Real Valladolid es el único equipo del mundo al que el cambio de entrenador le deja como estaba. Es tan romántico, que para no castigar con el olvido a Luis César encaja un gol antes del minuto 5 para mantener las señas de identidad que ha exhibido durante toda la temporada. Nada nuevo en la oficina. El tiempo se ha agotado y ahora, con el eterno culpable camino de su Galicia natal, las luces del escenario enfocan directamente a los futbolistas y al palco. El torero ha perdido la muleta, ya no hay un parapeto bajo el que tapar el ridículo infinito de una plantilla a la que Sergio debe agitar con contundencia si no quiere ser cómplice del drama.

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