El Norte de Castilla
Real Valladolid

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El Tenorio

El domingo pasado, semana previa al día de Todos los Santos. en que es tradicional representar Don Juan Tenorio, el Real Valladolid se dejó parte de sus esencias de solidez y seriedad que le están llevando a los cielos de la clasificación. Adelantó en siete días la noche de Halloween, sacó del baúl de los recuerdos a olvidar el disfraz de alma en pena y deambuló por el césped durante algunos minutos, con la mirada vacía, como zombis sacados de aquel vídeo de Michael Jackson. A punto estuvo de ver cómo perdía la cabeza y en su lugar colocaban una calabaza de sonrisa diabólica, ¡truco o trato! Hubo suerte.

Al Real Valladolid, tras un error en un despeje, un golazo por la escuadra y un exceso de relajación, se le quedó cara, como al personaje de José Zorrilla en el cementerio, de haberse citado con los espíritus de sus propios miedos. Temores que acudieron, como convidados de piedra, a los postres del festín que el Pucela se estaba dando en Albacete. Ese equipo que había resultado en ocasiones galante y en ocasiones burlón, que había subido a palacios y bajado a cabañas, por primera vez en lo que va de curso consideró, ¡qué ironía!, que pudo matarle a él aquel a quien él mató.

Hay que pensar que ese apagón –de los que de haber ocurrido en una ciudad provocaría un ‘baby boom’ nueve meses después– en el que se diría que al equipo se le apareció una suerte de espíritu de las navidades pasadas en forma de dolorosa remontada de las que provocan cargar el resto del campeonato con la pesada losa de la duda que aúna el no saber ganar con el miedo a perder, se debió más a un episodio de enajenación mental transitorio que a un verdadero síntoma de debilidad anímica y de falta de confianza. En este cuarto de campeonato, la plantilla y cuerpo técnico han demostrado solvencia suficiente como para no poner en duda a las primeras de cambio el trabajo realizado, pero es cierto que es momento de comenzar a alejarse de las continuas turbulencias en las que ellos mismos convierten cada partido y adquirir mayor regularidad a lo largo de los noventa minutos. De lo contrario, en un mal lance puede dar con sus huesos en el camposanto y, lo que es peor, perder el amor de doña Inés. O de la Primera División, como ustedes prefieran llamarla.