El Norte de Castilla
Real Valladolid

Educar o prohibir

  • A BANDA CAMBIADA

Justo cuando el Real Valladolid había vuelto a montarse en el DeLorean para iniciar un nuevo regreso al pasado, llegó un gol salvador para calmar a un público que, sin perder las formas, se mostraba demasiado inquieto, a punto de romper definitivamente con el equipo y abocarle a la maldición del cajón sin su ropa y a la perdición de los bares de copas que cantaría Joaquín Sabina.

Con un ambiente excesivamente enrarecido en la grada por los últimos partidos del equipo, casi prerrevolucionario, como si en los corrillos se respirase la necesidad de un ver algo diferente sobre el césped si no quería el entrenador que esos aires de cambio, noventa minutos después, se posasen sobre su cabeza, el seguidor del José Zorrilla marcó el camino que debe transitarse en esa relación aficionado-espectáculo para que el comportamiento cívico prime incluso cuando peor pintan las cosas entre todos los protagonistas de un evento deportivo.

En un momento en el que se mira con lupa el comportamiento del público que acude a un estadio de fútbol no está de más recordar que la masa a la que se le quiere responsabilizar de la violencia que se producen dentro o fuera de los estadios no es sino el medio en el que parasitan determinados individuos, verdaderos responsables del comportamiento incívico. Igual que la corrupción política no depende de las siglas de un partido, sino de quien a traición defrauda a la ley y a la sociedad entera, la violencia verbal o física no depende del club o del conjunto de aficionados que acuden al recinto, sino del sujeto que, camuflado entre la masa o quizá por esa pertenencia a la misma, da rienda suelta a sus frustraciones más bajas.

Si para alimentar al hambriento es preferible enseñarle a pescar que darle un pescado, para erradicar la violencia de cualquier ámbito de la sociedad es preferible educar por encima de cualquier otra medida. No discuto que se sancionen aquellos comportamientos que inciten al odio, pero no se atajaría de esta manera un problema que depende más de la educación para su eliminación que de multas y expulsiones de un recinto deportivo. Educar en vez de prohibir. Desde los padres que van a acompañados por sus hijos, hasta los propios clubes con iniciativas encaminadas a la convivencia entre aficiones, árbitros y deportistas. Para poder, al fin, alegrarnos o entristecernos –según nos toque en suerte– de la manera más saludable posible.