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Los tres ascensos de Scopelli (II)

Los tres ascensos de Scopelli (II)
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La alegría de aquella jornada del 3 de junio de 1962, así como los homenajes y galardones que vendrían después de aquel ascenso, todo ello relatado magníficamente por el periodista deportivo vallisoletano José Miguel Ortega (mi querido y admirado Josito Ortega) en el libro conmemorativo de los 50 años de historia del CD Arces, se difuminaron con el tiempo.

Se acercaba el comienzo de la temporada 1963/1964 y la prometida ayuda del Real Valladolid no se concretaba. Tanto, que el equipo blanquivioleta optó por olvidarse del Arces y volcarse en el Europa Delicias, su filial, que militaba en la misma categoría. Aquello constituyó una decepción tremenda en la sede azul celeste, de la cual se derivaron ‘daños colaterales’.

El primero, por la parte que nos toca en el relato, no es sino la marcha de nuestro personaje. Ángel Muñoz decide aceptar una oferta interesante del Peñaranda y con él se van algunos jugadores emblemáticos de la entidad celeste, como Chorré, Deme o Bercario. El segundo, que el equipo se tuvo que conformar con renunciar a un ascenso ganado en los terrenos de juego y perdido posteriormente en los despachos.

Sin embargo, antes de marcharse a tierras charras, Ángel Muñoz, a instancias de Fernando Sanz San Antonio, había recomendado al club el fichaje de un chaval palentino al que el propio Palencia y el Racing de Santander seguían los pasos. Entre que la gente del Arces estuvo más avispada y que el chaval tenía interés por seguir sus estudios en Valladolid y pensaba que podía hacer carrera futbolística, lo cierto es que el jugador cambió los paseos del Salón por los del Campo Grande. Y el Arces y el Real Valladolid, previo paso por el Europa Delicias, también lo agradecieron. Los pormenores de sus primeros pasos en Palencia me los contó el otro día el amigo Emilio Fernández Chicote, un futbolista excelente al que, como a tantos otros, probablemente por ser de aquí, nunca se le tuvo en su real valía; pero de eso, y de cómo llegó Fernando Redondo, el jugador en cuestión, a Valladolid, hablaremos otro día.

Así las cosas, y tras un año en Salamanca, al bueno de Muñoz le empieza a tentar de nuevo Valladolid, y más concretamente ‘su’ Arces. Dicho y hecho. Ángel Miguel del Barrio, factótum del fútbol vallisoletano de entonces, lo repescó para la causa azul y Muñoz se dejó querer. Total, que el Arces repescaba a su entrenador talismán y ponía en sus manos un magnífico plantel juvenil que, superando expectativas, se proclama campeón de Valladolid y subcampeón regional, y conquista, asimismo, el Trofeo Virgen del Carmen, un clásico desgraciadamente olvidado.

El equipo, campeonatos aparte, sirvió de vivero para aquel mítico Arces juvenil de la temporada 1964/1965, y aunque sea odiosa la comparación, casi con toda seguridad uno de los dos mejores de la escuadra celeste de siempre. El juvenil de la temporada 1957/1958, el de los Cantero, Chicote, Amantegui, Miralles, Carlos, Fraile o Morales serán objeto de estudio cuando hablemos de otro grande de este club.

Allí estaban Castañeda; Vergaz, Toribio, Garrido I; Garrido II, Reglero; Lloret, Ibáñez, Castellanos, Arranz y Manolo Sánchez, como equipo titular base. Por ello, no fue casualidad que Manolo Sánchez, Santiago Toribio y Javier Castellanos fueran elegidos y jugasen con la Selección Oeste, y que tanto Sánchez como Toribio acabasen en la selección española que participó en los juegos de la FISEC.

Con ese equipo, Muñoz recibió el espaldarazo definitivo como técnico. Su equipo era campeón, sus jugadores participaban por partida triple en la Selección Oeste (el equivalente a la actual de Castilla y León) y además tenía ¡dos internacionales por España! No se podía pedir más.

Y de nuevo de la mano de Ángel M. del Barrio, nuestro Scopelli pucelano entra en la disciplina del Real Valladolid. Y una vez más, con su equipo juvenil, y hasta la temporada 1969/1970 consigue campeonatos y una gesta en Sevilla.

Tras haber ganado el campeonato vallisoletano y su fase regional posterior, al cuadro blanquivioleta le cae en suerte un grande del fútbol juvenil español, el Real Betis sevillano. Estamos en cuartos del campeonato de España y en el partido de ida, en Valladolid, el resultado es de empate a uno.

Para el partido de vuelta, los verdiblancos se las prometían felices, pero no contaban con un Pucela aguerrido que, de la mano de Héctor Martín (a Muñoz no le concedieron permiso laboral para desplazarse), se fajó como un campeón y acabó con empate a cero. Total, que como los goles en campo contrario no valían doble como ahora, había que ir a un tercer partido, en Cáceres. Llamada a Valladolid y el club dice que nones, que no hay dinero presupuestado y que se negocie con ellos.

La solución es clara: se juega en Sevilla y los béticos corren con todos los gastos de desplazamiento y hotel. Así pues, 48 horas después y con Muñoz ya incorporado a la expedición, en un Heliópolis a medio gas de público, el Pucela juega un partido muy inteligente a defensa-contraataque y... 0-1 con gol de Molpeceres. que les da el paso a las semifinales. Nueva llamada, ahora desde el club, y ahora sí que hay prima… pero sin dinero en efectivo para pagarla. En Pucela se resuelve el asunto. Aquello de entonces sí que constituyó una proeza, porque el Betis y el Athletic Club eran los dos mejores equipos juveniles de España. Los chavales vallisoletanos perdieron la semifinal frente al Júpiter de Barcelona, filial del Barça, y los chicos del Athletic confirmaron el pronóstico ganándoles la final a los catalanes.

Llega la temporada 1969/1970 y un industrial de origen italiano, Giuseppe Checchin Bortolato, que preside el fútbol lagunero, bajo el nombre de Club Pandoro Laguna, se fija en nuestro protagonista. La idea de ascender al equipo lagunero a Primera Regional, como primer paso de una carrera ascendente, le obsesiona, y a tal efecto busca lo mejor sin reparar en gastos. El modelo de Moratti en el Inter de H. H. y Luis Suárez le parece el bueno y busca el entrenador adecuado que le proporcione los jugadores idóneos. Y Ángel Muñoz, el entrenador más valorado en ese nivel, es su objetivo.

Los fichajes de Toribio, Sendino, Lecherín, Gil o Guzmán le añaden un potencial importante a la plantilla en todas sus líneas, y los Arranz, Javi Castellanos, Pardo, Ángel, Díaz, Loren o Perico terminan por completar un equipo campeón.

Ya tiene Giuseppe Checchin Bortolato el equipo y el técnico deseado. Y su junta directiva, entre los que figuran Marcelino Martínez, Pablo González, Isidro Pérez, Lorenzo López, Secundino Cantalapiedra, Nicolás Díez, entre otros, ha terminado en ese verano de 1969, y mediante ímprobos esfuerzos personales, la construcción de Los Barreros, el flamante campo con vestuarios y valla que servirá de marco para las próximas gestas del equipo.

Como en fútbol los éxitos o fracasos se traducen en números, los del Pandoro Laguna son evidentes. 17 partidos ganados de 22 jugados, con solo 3 perdidos y 2 empatados. 64 goles a favor, por solo 23 en contra, le dan un coeficiente de 2,90 por partido. ¡Ahí es nada! Entre Toribio (23) y Sendino (15) marcaron más de la mitad de los goles del equipo, lo que justificó con creces su fichaje. ¡Y el del técnico, con el ascenso, qué decir…!

Un éxito que se consiguió con mucho trabajo y sacrificio diarios, y en el cual algunas personas, como Alberto de Castro ‘el Guerrita’ y su hijo José, propietarios del antiguo salón de baile, tuvieron mucho que ver al ceder la instalación para que el equipo pudiese entrenar en los gélidos días de invierno. Alguna bombilla sí que pagó el pato, como relatan en su libro sobre la historia del CD Laguna los amigos José Luis Martínez Lobato y Timoteo Herrero Herrera.

Y un éxito que culminó en Aldeamayor, al remontarse un preocupante 2-2 obtenido en la ida, con un definitivo 1-2, con goles de García y Javi Castellanos, que pasaron desde ese instante a la historia futbolística de la villa lagunera. Ángel Muñoz, ‘Scopelli’ para Maroto, Parra y los futboleros de la época, ya había conseguido su segundo ascenso.