El Norte de Castilla
Real Valladolid

A BANDA CAMBIADA

Teléfono de aludidos

La derrota del domingo fue sin paliativos. No fue dulce, a pesar de los veinte últimos minutos donde el equipo pareció enchufado a una máquina de respiración asistida antes de morir definitivamente, ni tuvo un punto de injusticia, por más que el entrenador se empeñase en repetir ese mensaje en la rueda de prensa posterior al partido. La afición, que se desplazó en buen número volviendo a demostrar que es el activo más valioso del club, vivió un nuevo descalabro que nos golpeó en el ánimo como aquel mítico gancho de izquierda que Joe Frazier impactó en la mandíbula de Muhammad Ali para hacer que el más grande se derrumbase a plomo sobre la lona del Madison neoyorquino. Sin embargo la manera de caer del Real Valladolid, de veces que se ha repetido, no es tan extraordinaria como aquella. Ni si quiera tiene la grandeza de morir con las botas puestas como los hombres de Custer ante los ‘sioux’ de Caballo Loco. El equipo encaja el golpe y espera a que acabe el partido sin mayores síntomas de que sigue vivo que el hecho de mantenerse en pie durante lo que resta de encuentro.

Aun así, y a pesar de ese eterno retorno en el que se ha convertido el Real Valladolid de los desplazamientos, la jornada dejó algo que puede servir de punto de inflexión y de partida sobre el que crecer en las próximas salidas. Las declaraciones de Óscar realizadas tras el partido entre la resignación, la indignación y la inconsciencia fueron como una llamada al teléfono de aludidos en la que apareció Rubi al otro lado de la línea. La charla posterior entre el diez y el entrenador, aunque solo fuera para comentar cómo es posible que haga tanto frío para estar casi en abril, es el primer paso para salir del agujero. El siguiente es que el problema se detecte entre todos y consigan ponerle solución. Un gran sentada que propondría Luis Aragonés.

No se trata de conjuras de cara a la galería, ni de la palabrería vacía y cargada de tópicos que se escucha en ocasiones similares. Se trata de determinar qué les impide ser capaces de igualar la intensidad del rival y poner el fútbol necesario para derrotarlo. De empujar todos hacia el mismo lado y de que aquel que no pueda hacerlo sea honesto consigo mismo y con el equipo dando un paso al costado para que otro ocupe su lugar.