El Norte de Castilla
Real Valladolid

en blanco y violeta

La pena máxima

El balón, a once metros de la portería, en el ‘fatídico’ punto de penalti.
El balón, a once metros de la portería, en el ‘fatídico’ punto de penalti. / Izquierdo.
  • Muchos escritores han desplegado sus letras sobre el penalti, la suerte más importante y marcial que en algunas ocasiones pierde todo su ceremonial para convertirse en mundana. En recuerdo y memoria de la muerte reciente del uruguayo Eduardo Galeano

Escribía con mucho tino Camilo José Cela un sabroso cuento en el que se narra la historia de Blas Tronchón ‘Harinita’, el mejor jugador de su equipo, orgullo de su afición y terror para los porteros contrarios sobre todo en la suerte de los penaltis donde era un auténtico verdugo con ambas piernas. Decía Cela que Blas Tronchón ‘Harinita’ gozaba de un chut potente y despiadado. En esas que era ya una costumbre, a pesar de ser considerado como decíamos la estrella, mantear «como perro en carnestolendas» al delantero centro Blas Tronchón ‘Harinita’ cada vez que este marraba un penalti. «Que no lo hubiera fallado», decían sus compañeros. «Así escarmentará y apuntará mejor en otra ocasión», señalaban otros. «No nos lo manda nuestro entrenador, sino nuestras conciencias», comentaban todos, apelando también quizá al sentimiento de carnaval previo a la Semana Santa de la cita canina y manteadora que da título al escrito.

Tiene aires de cadena perpetua, de sanción impenitente, de castigo vital. La pena máxima en el fútbol, la suerte suprema, el lanzamiento más importante, siempre ha tenido mucha profusión de escritos y escritores. No digamos cuando una competición debe dilucidarse en una final a los penaltis. Lo señalaba también el mexicano Juan Villoro en relación con la tanda: «La serie de penaltis son un tiroteo donde la suerte y los calambres pueden más que el talento».

Existen porteros que aman los penaltis y otros que los odian. Incluso, como en la película de Gonzalo Suárez, hay guardametas que una vez retirados van por los pueblos con el balón y la portería en ristre apostando dineros con la muchedumbre a que son capaces de detener cualquier lanzamiento desde los once metros. Porque el penalti se dice que lo inventó precisamente un portero en 1891. Guardameta y empresario irlandés, William McCrum ya vio el importante negocio para el fútbol una vez se introdujera este tercio trágico.

Un dicho popular reza que los penaltis los fallan siempre los mejores jugadores. A veces se cumple. Tal vez por eso, Pelé decía que un penalti es una manera cobarde de marcar. Y eso que ‘O Rei’ anotó su gol número 1.000 de pena máxima al guardameta Andrada. No quería lanzarlo y fue el público el que le convenció por aclamación. No tuvo de esta ninguna el argentino Martín Palermo que, jugando con su selección, falló tres penaltis en un mismo partido.

En lo referente a los guardametas, se decía que el ruso Lev Yashin había detenido cien penales en toda su carrera deportiva y que el secreto del éxito de la Araña Negra consistía en fumarse un cigarro para calmar los nervios y echarse un trago fuerte para entonar los músculos. Sería eso.

El comprometido escritor uruguayo Eduardo Galeano, tristemente desaparecido el pasado lunes a los 74 años, decía hablando sobre fútbol que «cuando un jugador comete un penal, el castigado es el arquero; allí lo dejan, abandonado ante su verdugo, en la inmensidad de la valla vacía, expiando los pecados ajenos». Una pena para un no culpable. Quizá una injusticia. ¡Qué decir de aquel relato de los 44 penaltis que tuvieron que lanzarse en un encuentro entre Argentinos Junior y Racing!, el récord mundial del que también escribió Galeano. «Al final, en el estadio ya no había nadie para celebrarlo, y ni si quiera se supo quién había ganado».

Algo parecido, aunque esto es ficción, acontece en ‘El penal más largo del mundo’ que escribiera Osvaldo Soriano y que diera para una película española que cambió el discurso, ya que originariamente el Estrella Polar se ubicaba en Argentina y el olvidado portero Gato Díaz no fue capaz de detener ese lanzamiento retardado en el tiempo. El penalti de Panenka o la cuchara de Totti tras marcar a Van der Saar en las semifinales del Europeo entre Italia y Holanda son dos ejemplos de cómo jugar en el alambre. Entre lo catastrófico y lo magnífico, entre lo bello y lo irresponsable, entre lo histórico y lo irracional. Estos, los que lo marcaron, serán recordados. Los que lo fallaron pasaron al anonimato después de purgar su culpa y su osadía pueril.

Más mundano sin duda es esta historia sobre una pena máxima que tiene como protagonistas a un exjugador blanquivioleta. Toda el aura y el formalismo regio del penalti se evaporan en este caso. Un lanzamiento desde los once metros lo tira y lo marca cualquiera. Santi Cuesta militaba en el Toledo después de haber hecho buenas campañas en el Real Valladolid y en el Espanyol. El asturiano cuenta que se encontraba en el banquillo cuando se enfilaba la recta final de un encuentro televisado por Canal Plus que les enfrentaba al Almería. Con las botas desabrochadas, las medias bajadas y comiendo pipas, esperaba la resolución final de la contienda cuando el colegiado pitó un penalti favorable al Toledo. En ese momento, su entrenador, Emilio Cruz, se dio la vuelta y mirando a los suplentes le dijo a Santi Cuesta. «Hacemos el cambio y sale usted a tirarlo». La última pipa se le atragantó al de Avilés. Lanzamiento, gol y pitido del colegiado fue todo uno. De vuelta a los vestuarios, los periodistas y las cámaras de televisión se fijaban en Cuesta que, con los nervios, las pipas, lo azaroso del cambio y el alboroto, apenas podía articular unas palabras que dirigir a toda España.

Con la muerte de Galeano, al fútbol le entra también una pena máxima, una máxima pena. Vaya en su memoria.