El Norte de Castilla
Real Valladolid
El nonagenario aficionado pucelano Octavio Sanz IZQUIERD
El nonagenario aficionado pucelano Octavio Sanz IZQUIERD

octavio sanz jubilado

Testigo de los tres estadios

  • Noventa y dos años contemplan a Octavio aunque su vitalidad y memoria dirían otra cosa diferente. Conoció los tres campos de fútbol blanquivioleta y varias de las grandes gestas y jugadores, además de aquel Real Valladolid glorioso, triunfador y añorado por todos

Octavio habla despacio, pausado, pero no se deja nada en el olvido. Su memoria permanece activa y eso que tiene 92 años de rodaje. Nacer un sexenio antes que el Real Valladolid te da para poder escribir la historia desde el primer párrafo hasta la actualidad, donde enseña orgulloso su carné de socio del Pucela. Octavio Sanz (Aldeamayor de San Martín, 20 noviembre de 1922) era un chavalín cuando vio por vez primera al Real Valladolid. Sus palabras rememoran también la ciudad y la época: «Jugaba en el estadio que había al lado de la Plaza de Toros (Campo de la Sociedad Taurina) y las gradas eran de tierra. Yo vivía en la calle Expósitos y mis padres me dieron una propina para ir a ver el fútbol que ya me gustaba. El Valladolid estaba en Segunda. Fue un partido amistoso con el Real Madrid, creo. Al pasar por el antiguo Teatro Pradera, donde había un puesto de golosinas, me compré unos caramelos. Cuando llegué, con lo que me quedaba no me alcanzaba para la entrada así que, ingeniándomelas, observé que la gente trepaba por un árbol y desde allí veía el partido. Eso hice yo».

Pese a que los estudios o una oposición para una plaza en el departamento comercial y de almacenes de una fábrica de productos químicos le llevaron a La Felguera (Asturias) y luego a Madrid, Octavio siempre llevó la ciudad vallisoletana por bandera. Ni las truchas del Nalón, ni la delantera mítica del Oviedo (Casuco, Gallart, Lángara, Herrerita y Emilín), ni los focos de la capital, le hicieron olvidar su pasado. «He querido mucho a Valladolid y cuanto más he viajado, todavía más lo quiero. He sido estandarte y embajador». Casi lo mismo que Beatriz Alonso, una medinense que trabaja en el Hotel Tribuna de Málaga y a la que Octavio prometió hace poco que iba a citar en este reportaje por ser otra persona, «como yo, de las que hacemos patria. De Valladolid hasta la cepa», relata.

El 28 de mayo de 1950, con dos amigos de Aldeamayor y el médico de La Santa Espina, Daniel Arce Calleja, Octavio presenció en el Santiago Bernabéu la primera final de la Copa del Rey (Generalísimo) en la que ha estado presente el Valladolid. «Fue apoteósico. Allí fuimos con una gran ilusión dos mil o tres mil personas. Me acuerdo de la alineación formada por Saso; Lesmes I, Babot, Lesmes II; Ortega, Lasala; Juanco, Coque, Vaquero, Aldecoa y Valdés o Revuelta». Efectivamente fue Revuelta, pero el resto del once es el que cita Octavio que muestra también su talante optimista: «Para llegar hasta allí nos habíamos cepillado al Real Madrid. Palabras mayores. Marcó primero el Athletic de Bilbao, empató Coque, que era el no va más, el primer jugador vallisoletano seleccionado, y luego en la prórroga Zarra nos hizo tres goles. Sin embargo, perder no fue una decepción completa. Es curioso porque –dice– yo siempre he tratado de sacar la parte positiva de las cosas. Habíamos perdido la final, pero por primera vez habíamos llegado a una». En ese momento le vienen a la memoria a Octavio también las palabras de su amigo del alma ya desaparecido Daniel Arce que le decía: «Convéncete Octavio de que jamás veremos ganar un mundial a la selección española» Y su respuesta: «Qué pena, Daniel, que te hayas marchado para que lo hubieras visto…».

El ascenso del Valladolid de Tercera a Primera en dos años consecutivos en la recta final de los 40; la primera temporada en la máxima categoría, o la campaña 63, en la que con Ramallets en el banquillo el cuadro blanquivioleta alcanzó la cuarta plaza, igualado con el Oviedo, son otras de sus añoranzas. «Éramos alguien en el fútbol. Cuando subió a Primera, los futbolistas llegaron en tren y luego fueron al balcón del domicilio social del Real Valladolid para agradecérselo al público».

De jugadores también habla Octavio. «Recuerdo el gol de tacón de Di Stéfano a Saso en el Viejo Zorrilla. Fue fantástico. Le dio un efecto como el de Raúl, de vaselina, o la delantera de los Monaguillos: Ramírez, Pereda, Morollón, Mirlo y Beascoechea. Eran pequeños, jovencitos pero de una gran calidad. En Zorrilla los equipos recibían de tres goles para arriba. O cómo Coque, que bailaba extraordinariamente a pesar de su gran físico, se arrimó a Lola Flores a través de un centrocampista canario del Atlético de Madrid que se llamaba Silva, o más actuales, los Cardeñosa o Fernando Hierro».

En enero de 1951, siete jugadores del Real Valladolid acudían a una convocatoria de la selección española: Los hermanos Lesmes, Ortega, Lasala, Coque y Aldecoa. Una semana más tarde, en el Metropolitano, el equipo blanquivioleta se enfrentaba al Atlético de Madrid de Helenio Herrera. «Yo estuve allí. Nos metieron siete y al día siguiente los periódicos titulaban: Uno por cada seleccionado», relata Octavio.

Pero no solo estos, el madridista Quincoces y su cinta en la cabeza, y los grandes: Maradona, Beckenbauer, Bobby Charlton, Eusebio, Kubala, («No he visto a nadie proteger el balón como Kubala»). Aunque el mejor para Octavio era Di Stefano. «Tenía una intuición especial para estar donde estaba el balón. Le veías en el centro del campo, la defensa, la delantera. La jugada siempre iba hacia él». Y otros valores como los que representaba el gran delantero Sañudo, que en un infortunio lesionó al por entonces portero y después escultor Eduardo Chillida. «Era santanderino y, lejos de ahora que viajan en primera en avión y en hoteles de cinco estrellas, él se pagaba de su bolsillo el viaje en coche para jugar con el Real Valladolid».

Los grandes goleadores como Fonseca, pichichi Badenes, u otros dotados de una técnica especial y finura como Ortega, Ramírez, Chus Pereda o los uruguayos que trajo Saso: Endériz, («¡Cómo tiraba los penaltis. Era acongojante! Iba despacito pero siempre engañaba al portero»), Aramendi, Solé, Bagneras y Benítez… En el Real Valladolid se han formado grandes jugadores», concluye certero.

Ha conocido los tres campos de juego –«el fútbol ha sido la pasión de mi vida», dice Octavio sin ambages, como también ahora lo es la pintura, la de Julio Romero de Torres, por ejemplo. Sin embargo, hay circunstancias que le imposibilitan o ponen claras trabas: «los partidos son a las nueve o diez de la noche», o el propio estadio: “lo hicieron donde más viento corre en Valladolid y los atascos son insufribles al salir» o los futbolistas «cada vez menos identificados con el club. Todo lo domina el dinero».

Para concluir con un alegato que dirige con dardo también al seguidor del Valladolid: «Por lo visto y vivido actualmente no hay una afición auténtica. El porcentaje de socios en una población de 310.000 como la de aquí representa un 4,5%. La del Numancia, podría ser del 9%. Si nosotros tuviéramos ese 9% llenaríamos el estadio todos los días y seríamos un equipo con aspiraciones y no vendedor de futbolistas».

Al margen de opiniones y acotaciones, Octavio se saca religiosamente todos los años su carné de Preferencia aunque no siempre vaya al fútbol. «Nunca he pensado que sea la persona más mayor que acude al campo. Mientras pueda… Además, mental y físicamente tengo menos años”, dice mientras besa el escudo morado y blanco. Solo hay que verle.