El Norte de Castilla
Real Valladolid

a banda cambiada

La catedral de Valladolid

Hace mucho, mucho tiempo –tal y como empiezan los cuentos de princesas y dragones– en una de las ciudades más importantes del reino pues, como capital de la corte en tiempos, había visto el alumbramiento del que sería señor del viejo y del nuevo mundo, surgió la necesidad de construir un templo tan alto que diera la posibilidad de hablar cara a cara con Dios, y tan extenso que bajo sus techos pudieran acogerse a sagrado los habitantes de ciudades enteras. Una catedral con la que demostrar a herejes de otros credos la grandeza de la verdadera religión. El proyecto se encomendó a uno de los arquitectos del momento que, además, gozaba de los favores de la Corte. Juan de Herrera fue el elegido para engrandecer a Valladolid, de nuevo, por la majestuosidad de aquella obra. El final es como mirarse en el espejo de la historia: Valladolid no disponía de dinero suficiente para costear toda la obra y el arquitecto emigró a Madrid porque, ya por entonces, a esa ciudad no se le podía decir que no.

Casi cinco siglos después, Valladolid vuelve a solicitar los servicios de Herrera. De Juan a Francisco, de una construir la catedral más grande de Europa a reconstruir otra tan sólida y tan alta que permita asomarse al olimpo del fútbol en España pues, aun sin dinero, los cimientos soportan el peso ochenta y ocho años de vida. El estilo herreriano, a orillas del Pisuerga, sigue siendo eso. Sobriedad, severidad y buen gusto, puro renacimiento, puro Valladolid independientemente del aspecto social del que se trate, también el deportivo.

El club ha otorgado a Paco Herrera la responsabilidad de llegar donde no alcanzó aquel arquitecto homónimo: a terminar lo inacabado, a lograr el ascenso. Un hombre que sabe de fútbol como si lo hubiera estudiado en la universidad y que conoce la Segunda como si se disputara en el salón de su casa. Por mucho que desde dentro de la entidad se evite hablar del ascenso como Harry Potter eludía referirse a Lord Voldemort, el objetivo último tiene que seguir siendo conseguir que el equipo se gane el derecho de jugar en Primera División. Otra cosa sería degradar a la institución, olvidar sus raíces, traicionar su historia y ensuciar su nombre. Real Valladolid, precisamente por ser quien es, tiene la obligación de volver a intentarlo.