El Norte de Castilla
Real Valladolid

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Renzo Zambrano supera a un rival / Gabriel Villamil

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El Valladolid es un equipo muy serio

  • Los blanquivioletas se llevan el Trofeo de la Ciudad en los penaltis después de un partido en el que se mostraron como un conjunto que sabe a lo que juega y como quiere hacerlo

Luego la vida, las lesiones y la temporada dirá, pero el Valladolid de la temporada 2016-2017 es un equipo muy, muy serio. Un conjunto que pelea cada balón, en el que la competencia por el puesto es tal que nadie puede considerarse titular. Ni Becerra, que parecía el más claro de todos. Braulio le ha entregado, a falta de los remaches finales, un grupo de gente comprometida, con hambre. Jugadores con clase dispuestos a aprovechar la oportunidad que se les ha dado. Y junto a ellos a canteranos que, esta vez sí, ven que hay opciones, que el entrenador está con ellos.

Que el partido se resolviera en los penaltis es una anécdota, porque de lo que se trataba era de ver lo que propone el Pucela de este año. Y lo que propone gusta porque nada tiene que ver con lo del año pasado. Los mimbres, esta vez, tienen un cestero que sabe como ligarlos. Y los mimbres, que es importante, están dispuestos a dejarse.

La primera mitad tuvo las cosas que tienen los partidos en pretemporada: poco ritmo, muchos errores individuales, despistes en la coordinación... Cosas que deben producirse para poder ser corregidas. El Alavés mostró que es más equipo e hizo sufrir, hasta el gol, a todas y cada una de las líneas blanquivioletas. El Valladolid no podía superar con el toque la presión vitoriana, así que los pases largos de Leao o de Álex López eran la única opción. Pero es una opción muy válida, porque el Valladolid de este año tiene arriba a dos tipos con una movilidad muy alta, Salvador y Mata, cuyos desplazamientos confundieron en ocasiones a los centrales alaveses. Pero el encuentro no tenía ritmo. López y Leao encontraban problemas para construir y Zambrano, en labores de media punta, aportaba más a la hora de robar y buscar los espacios.

Pero todo esto fue hasta el gol. Con el tanto de Toquero, ayudado por un desafortunado Becerra que estaba mal perfilado para el remate, el Alavés empezó a irse hacia atrás. No lo necesitaba, pero debieron pensar que era mejor jugar a pillar una contra. No lo hicieron, y fue entonces cuando López y Leao, llamados a ser los constructores del fútbol blanquivioleta, empezaron a tocar y a mandar. No se generó peligro, porque el Alavés se cerró con solvencia, pero quedó claro que el Valladolid de Herrera vive más cómodo con el balón que sin él.

La segunda mitad se inició con un Valladolid totalmente diferente. La entrada de Jose por Zambrano dotó de una nueva dinámica al centro del campo. El canterano contagió a sus compañeros y en cinco minutos disparó a puerta, forzó una falta con un robo y puso el balón del gol del empate. Tremendo.

El gol no alteró a los vitorianos, pero sí a los pucelanos, que a partir de ese momento, y durante muchos minutos, dominaron el juego y la verticalidad del juego. Ahora el balón fluía mejor, Álex López encontraba más espacio y el equipo solventaba las triangulaciones con balones que permitían intuir un próximo peligro. Porque esa va a ser una de las señas del Pucela de Paco Herrera: el balón sale jugado. Y los jugadores han sabido entender el mensaje y diferencian bien cuando jugar y cuando despejar. Rafa es el hombre clave en ese sentido.

Pero este equipo tiene más cosas: es versátil, tiene estrategia, vergüenza torera y, por ahora, buen ambiente dentro de la plantilla. Gestos habituales el año anterior ya no se ven y da la impresión de que no hay pretensiones por parte de nadie de hacer la guerra por su cuenta. Hasta tal punto que los cambios, de hombre por hombre, no hicieron que se resintiese en absoluto ni el juego, ni el espíritu.