a banda cambiada
Hubo un tiempo en el que cinco derrotas seguidas habrían servido para hacer un llamamiento a coger las armas, acudir a las trincheras y tomar las oficinas de Zorrilla por asalto. Habrían servido para iniciar, a lomos de la histeria colectiva, una revolución inconclusa que no solía tener mayor recorrido que el que otorga el partido siguiente y cuya utilidad, al final, se resumía en la destitución del cuerpo técnico y en trasladar la inestabilidad a los que saltaban al campo.
Aquellos días, quién sabe, quizá tampoco sobrevivieron al terremoto que sacudió al Real Valladolid la temporada pasada y del que solo quedó el solar sobre el que poder reconstruirse. Ahora, en esta pretendida recomposición de todos los estamentos del club desde las cenizas, se ha hecho de la paciencia la piedra sobre la que sujetar toda la iglesia blanquivioleta.
La calma reinante ha contribuido a que el equipo crezca y, aunque su juego todavía tiene fases en las que se asemeja a un desfile de los Regulares de Melilla -–por la cadencia de paso lenta, aunque vistosa, más propia de una exhibición que de un partido oficial–, poco a poco se aproxima a la velocidad de crucero que se le exige a una plantilla a la que se le presupone, esta vez sí, ciertas dotes técnicas.
La tranquilidad en el entorno ha sido capaz de desviar el foco de atención, que otrora se habría posado en la tabla clasificatoria cuando las derrotas se acumulaban, para iluminar a un muchacho de Talavera que sueña con hacerse mayor a base de marcar goles en el primer equipo del Real Valladolid. Cierto es que la genética demasiado realista del aficionado impide alegrarse de los pequeños éxitos del club cuando estos llegan –como si supiera que antes o después volverán los nubarrones, en una suerte de trauma que repele la euforia de la misma manera que Álex aborrecía la violencia una vez sometido al ‘Método Ludovico’–, y que estos días sale a relucir para calcular el día exacto en el que Jose hará las maletas y en Valladolid dejaremos de disfrutar de su juego. Pero hasta eso, hasta el proverbial pesimismo del castellano centrado en lo efímero que será el paso del canterano por el estadio José Zorrilla, no es otra cosa que la consecuencia de haber conseguido inocular la paciencia, al menos por esta temporada, en el organismo de toda la familia pucelana. Ha estallado la paz; que dure.
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