real valladolid
Último minuto de partido. Una jugada mal defendida, un error en cadena de todos cuantos conforman la última muralla de la última frontera, y un gol en contra para caer derrotados en un partido, el de Soria, en el que quizá el equipo había merecido mejor fortuna. Un golpe de consecuencias inmediatas pero cuyos efectos secundarios se manifiestan durante varias jornadas de dudas y vaivenes. No, aquello no sucedió hace un par de fines de semana, sino que ocurrió en diciembre de 2008 porque el Real Valladolid, como si formara parte de un capítulo de los Simpson, tiene la capacidad de predecirse a sí mismo, de convertir en 'déjà vu' cada partido y en cíclica cada temporada. De ahorrar disgustos o alegrías entre sus seguidores porque se sabe de antemano el futuro que le espera sin que nadie sea capaz de encontrar la forma de invertir la tendencia por muchos cambios, evoluciones y revoluciones a los que se someta la entidad.
El Real Valladolid ha conseguido que aquel eterno retorno del que hablaba Nietzsche pase a formar parte del código genético de la entidad. Inocularlo en todo aquel que estampa su firma en un contrato con el club y propagar la enfermedad en quien se atreve a poner un pie en el vestuario. Ni siquiera Paco Herrera, tan veterano que casi podría sanar un equipo con la mera imposición de manos, ha conseguido aislarse del síndrome de Zorrilla. Como les ocurrió a tantos otros inquilinos del banquillo, el actual cuerpo técnico ha sucumbido a una ansiedad y a una presión casi auto impuesta; ha comenzado a traicionar las convicciones que había estado madurando desde que subió por primera vez las escaleras de los campos Anexos, ha comenzado a desmontar todo el trabajo que había realizado para ponerlas en práctica, y ha comenzado a sembrar de dudas toda la confianza que la grada había depositado en él.
José Luis Mendilibar, entrenador que dirigía al Real Valladolid en Soria aquella tarde de diciembre de 2008, cometió el error de vacilar, de dejar de ser fiel a sus ideas. El equipo se cayó, el perdió el puesto, y el Pucela, la categoría. Herrera ya tiene un espejo en el que mirarse y tratar de no repetir aquellos errores. En este club, para bien o para mal, todo está escrito.
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