El Norte de Castilla
Real Valladolid

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No era un partido cualquiera, puntuar en Elche se hacía vital si el equipo no quería jugar a la ruleta rusa en una última jornada agónica. El Real Valladolid llevaba todo el curso mirando a los ojos a la muerte, a su propia desaparición, bailando con el diablo a la luz de la luna, dejándose llevar, sin ofrecer resistencia, como una barca que se ve mecida por las olas hacia unas cataratas.

El equipo caía una vez más, como casi siempre que pisaba campo ajeno, y cerró los ojos –parecía que se conformara con su destino, como si quisiera encontrar dulzura en el fatal desenlace– esperando a que el árbitro pitara el final, como el señor Scrooge esperaba que sonaran las doce campanadas, para encontrarse con todos sus fantasmas. Pero no. Del trance lo despertó un balón colgado, cabeceado después al corazón del área y que Juan Villar, estirando su propia alma, fue capaz de mandar a la red para que el Real Valladolid aplazara su propia ventura al menos una temporada más.

Unos pocos meses después la situación del delantero se ha tornado inestable en algunos sectores del entorno blanquivioleta. ‘Ya no la quiero, es cierto, pero tal vez la quiero’ habría escrito Pablo Neruda. No es el de antes, dicen, y no volverá a serlo, pero que deje dinero en caja y se marche. ‘Es tan corto el amor, es tan largo el olvido.’ Una escasa preparación, un inicio titubeante y el lastre de las lesiones han desterrado al rincón más oscuro y polvoriento de la memoria aquellos goles, casi los únicos, que mantuvieron con vida a la entidad cuando la ciudad casi se preparaba para honrarla en funeral.

Sorprende que exista debate entre la renovación de Juan Villar o su posible traspaso por un puñado de euros, pero Valladolid, como España en su conjunto, es así. Paga a los héroes con el dinero la ingratitud y otorga todo tipo de prebendas a los mediocres. Muestra la puerta de salida al único asesino contrastado de la plantilla en el preciso instante en el que Paco Herrera señala la ausencia de gol como el mal más acuciante que presenta en estos momentos el equipo. Supongo que forma parte de esa genética autodestructiva, tan característica del Real Valladolid, que este curso parecía erradicada y sin embargo ha vuelto a casa, parece, por Navidad.