Lágrimas por el ensañamiento del VAR con el Real Valladolid
El autor del texto relata cómo vivió la última decisión del videoarbitraje en contra de los intereses blanquivioletas
Tony Pola
Lunes, 1 de abril 2019, 21:14
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Tony Pola
Lunes, 1 de abril 2019, 21:14
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Minuto 85 de partido, Olivas remata un balón a la red y pone el dos a uno en el marcador del Zorrilla. A 650 kilómetros de distancia, una pequeña representación de fieles aficionados sigue el partido por televisión. Mi amigo José y mi padre, que ha venido a pasar unos días a tierras alicantinas, celebran el tanto. El que escribe esta columna, sabedor de los antecedentes que tiene el Real Valladolid con los árbitros, mira de reojo a la tele y exclama, con la esperanza de equivocarse: ¡Lo va a revisar! La profecía, desgraciadamente, se cumple y el árbitro se dispone a utilizar, otra jornada más, la herramienta del VAR contra el Pucela.
Minutos después, la desafortunada comentarista del encuentro afirma que el colegiado ha dado el tanto a favor de los nuestros. Me levanto de la silla, aprieto los puños y comienzo a celebrarlo en otra habitación contigua. Al regresar de mi breve momento de éxtasis compruebo que el árbitro ha anulado el tanto. Maldigo a la locutora, al trencilla y al VAR. Mi amigo y yo nos miramos casi con lágrimas en los ojos, aunque después resoplamos aliviados tras el fallo de la Real en la última contra. Nos despedimos de mis padres intentando ocultar la tristeza, seguramente para no parecer desagradecidos tras las viandas y atenciones con las que nos han agasajado durante todo el encuentro.
Una vez fuera de casa, ya sin máscaras que tapen nuestro visible cabreo, maldecimos en el ascensor. De nuestros pucelanos ojos se puede apreciar el brote de alguna que otra lágrima, recordando también que mañana, por el lunes, toca volver a la realidad laboral. Durante el encuentro, las cámaras también habían recogido un momento similar: el de una aficionada pucelana cabizbaja y seguramente llorando.
La jornada, además, nos dejó la imagen de un rival, el delantero del Celta Aspas, emocionado por su equipo. La fortuna había sonreído a los gallegos y Iago rompía a llorar en el banquillo tras la gesta del conjunto de su ciudad. El fútbol, una vez más, funcionó como reflejo de lo que es la vida: un cúmulo de emociones que sonríen y machacan, tarde o temprano, a todos.
Solo es un deporte, claro está. Pero cuando se juega con las emociones y la pasión de unos amigos, una familia o de toda una provincia entera, las lágrimas no pueden ser nunca motivo de vergüenza; simplemente una expresión de rabia y pertenencia. El VAR, una vez más, hizo llorar a todos los que formamos Valladolid.
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