El Norte de Castilla
Real Valladolid

en blanco y violeta

El testigo de los canteranos

Después de 31 años en la cantera del Real Valladolid, nunca es tarde Justino, para conceder una entrevista. Porque «de verdad es la primera», como él mismo señala. Así es la personalidad de este hombre callado, fiel y cumplidor, de pelo blanco y predisposición plena, que entró en el club de la mano de Joseba Aramayo y con Antonio Santos como entrenador del filial del Real Valladolid, pero que en la actualidad, y tras la jubilación de ambos, es quizá una de las personas que más tiempo lleva en la entidad. «Mi mayor valedor ha sido Aramayo, pero he estado más años con Santos que con mi mujer», indica sonriendo.

Justino era portero en sus tiempos mozos de la escuela de futbolistas del Frente de Juventudes con Cantuche hasta que fichó por el Savaque, con el Racing de Valladolid y el Real Valladolid, eran tres de los mejores equipos de la ciudad. Un ilustre, Felicísimo de la Fuente, hombre íntegro del que guarda Justino un gran afecto especial, fue su entrenador en esa escuadra. Curiosamente ahora, con su hijo Paco, Justino comparte funciones de delegado en el juvenil blanquivioleta.

Cuñado además de Gail (sus mujeres son hermanas), el ‘Pibe’ Aramayo fue el que le abrió la puerta del Valladolid, conocedor de que a Justi le gustaba y mucho el fútbol. Allí le dio los primeros consejos y formación en el arte de masajear músculos. «Ya en la campaña 83-84 estaba aprendiendo. El primer partido con el Promesas recuerdo que fue en septiembre de 1985 contra el Zamora en el Viejo Zorrilla. Ganamos 1-0 con gol de Castro. El entrenador era Antonio Santos», relata Justino. Eran los tiempos de Gonzalo Alonso como presidente, de Ramón Martínez y Santi Llorente en la dirección técnica, y de Teodoro Domínguez, ‘Teodorín’, el panadero que el otro día glosaba en este periódico Javier Yepes, como presidente del Valladolid Promesas. Y es que el filial también tenía un mandamás.

De todos estos años, nada más y nada menos que 23 en el Valladolid Promesas, como masajista primero, luego utilero y más tarde delegado también. Multipliquen este número por 20 más o menos y les dará la cifra de los potenciales futbolistas que vio jugar Justino Salamanca en el camino hacia el primer equipo y la máxima categoría. «De los jugadores es fácil acordarte de los que han llegado, pero prefiero no personalizar. Ha habido muchos otros que también valían, pero que por circunstancias o por su mala cabeza se quedaron», razona.

Aun así aparecen las dos referencias actuales, Oscar y Rueda, de los que Justino se siente «orgullosísimo cada vez que pisan el campo», y futbolistas más antiguos que ya estaban en el primer equipo cuando llegó como Juan Carlos y Eusebio, «de este decía un entrenador que no quiero nombrar que con su talla nunca podría ser jugador de Primera División», y otros como los hermanos Baraja, Iñaqui, Ferreras, Fonseca, Expósito, Agustín Valle, Cuaresma, Pereira, que «debutó, marcó un gol y no volvió a jugar» o Emilio, que «en un partido falló dos penaltis pero tuvo arrestos para tirar otro y convertirlo».

Su momento más desagradable quizá fuera la lesión de César Esteban. «Un miércoles contra el Salmantino en el Nuevo Zorrilla. Se rompió tibia y peroné. Escuché hasta el crujido seco de la pierna. Atiéndale fuera, me decía el árbitro. ‘¿Se atreve usted a moverle?’, le dije yo. Luego se recuperó y debutó en Primera ante el Oviedo». Mientras que lo más emotivo lo encontró Justi en el primer ascenso del filial del Valladolid a Segunda B en Burela. «Lo recuerdo como lo más bonito con el gol de Bercianos cuando estábamos empatados y en la recta final. Conservo el balón de ese encuentro».

Espinilla, jugando infiltrado con la pierna destrozada, Meseguer, Vaquerín, Piti, Gaspar, Abril y cuantos otros, además de los entrenadores Santos, Pérez García, Yepes, Endériz, Antonio Gómez, Muñiz, Sergio Egea, Moré, Onésimo y Javi Torres, y un recuerdo muy especial para otra gran persona Yarza, «de lo mejor que tiene el club». Todos ellos forman parte de la memoria trabajada y ya gastada de Justino. En las pocas apariciones de este por la primera plantilla, una fue cuando, pese a que el equipo se embarcó en un viaje, los jugadores colombianos Valderrama, Leonel e Higuita, además de Cuca y el central Luiz Eduardo se quedaron en Valladolid preparando sesiones de gimnasio, mantenimiento y masaje. «Todos eran unas impresionantes personas. La calidad la ponía Valderrama, aunque no le llegaba a lo que era capaz de hacer Mágico González. Un escándalo».

Vivencias, todas. «Aquellos partidos en Guardo casi a muerte con los hermanos Pipe, o en Velilla del Río Carrión donde le dieron una patada a Amavisca que pensábamos que le retiraba del fútbol». En Almazán, con Gorka, ahora en los servicios médicos del Atlético de Madrid, «le sacamos la lengua a un chico, salvándole la vida y luego nos mandó una carta agradeciéndonos todo». «O el primer día que llegó Alberto López Moreno como médico. Un jugador se rompió el brazo y Alberto me preguntó, ¿Y qué hacemos ahora? ¡Un cabestrillo, claro, respondí yo!». En todo este tiempo, Justino se ha ido «intentado formar porque siempre puedes encontrarte situaciones complicadas o graves para la salud».

Tras cuarenta años en Fasa Renault, donde también ha encontrado grandes compañeros que permitían a Justino cambiar el turno para ir a los entrenamientos y a los partidos, en diciembre le llega el momento de la jubilación y el retiro. A partir de ahí, es su deseo continuar echando una mano en lo que se pueda al Real Valladolid. «No lo olvido. Cuando estuve enfermo, el fútbol me ayudó muchísimo y, salvo el tiempo que he privado a mi mujer Pilar y a mis hijos Iván y Natalia y ahora a mis nietos, y que he intentado recompensarles, es una de mis mayores ilusiones». Así, Justino seguirá coleccionando camisetas y pines de equipos de fútbol, siempre en ese segundo plano, ajeno a las fotos y reportajes, pero consciente de ser un testigo vital del fútbol de la cantera blanquivioleta. Y le tocará, como hasta ahora, regar un campo, hacer de delegado, curar una contusión o recoger la ropa. No importa. Lo que sea: «Me siento recompensado. Lo que he hecho hasta ahora en el Real Valladolid ha sido porque pensé que debía hacerlo». Sin más.