El Norte de Castilla
Real Valladolid

a banda cambiada

La suerte

La victoria del Real Valladolid pareció estropearle la fiesta a más de uno. Como pasara hace algunas jornadas en Almería, el gol postrero del domingo en Mallorca obligó a poner el corcho a la botella de champán de aquellos que han hecho del enfado su modus vivendi, como si estar en constante malhumor fuera lo que otorgara una clase de lucidez reflexiva, de razón, de capacidad de ver lo que nadie más puede. De pronto, parte del entorno se apresuró a clamar desde sus altavoces virtuales contra un triunfo que, si bien no consideraban ilegítimo por aquello de que el único tanto conseguido fue logrado sin saltarse el reglamento, sí lo consideraban injusto y poco menos que sucio. Aunque, bien mirado, quizá debió impugnarse el resultado a la vista de que el gol fue anotado con la suerte. Atrás quedaron aquellas reflexiones que solían apuntar a que la fortuna, como le sucedía a la tierra en palabras de Emiliano Zapata, es para quien la trabaja. Para el sale cada mañana en su busca. Para aquel que derrota al Real Valladolid sin necesidad siquiera de chutar a puerta. Lejos queda Napoleón pidiendo generales afortunados en vez de gente brillante y preparada. Ahora, en la deriva cainita en la que se encuentra una afición cada día más polarizada, desilusionada y dividida, la suerte –cuando posa sus ojos sobre el equipo– no es otra cosa que un nuevo argumento con el que demostrar que el equipo se hunde llevándose tras de sí ochenta y siete años de historia. Cualquier cosa, hasta algo tan positivo como conseguir un triunfo en el último minuto, sirve –si se retuerce lo suficiente– de arma arrojadiza con la que golpear al primer equipo. Que no pase un día sin mostrar enfado, que un buen resultado no obligue a sonreír, que un gol no borre el malestar contra el presidente y todo aquello en lo que pueda verse reflejado.

El Real Valladolid se encuentra en su momento más bajo de los últimos cuarenta años, hundido en la tabla, triste. Desubicado como Bill Murray en ‘Lost in translation’ pero sin Scarlett Johansson, perdido en una categoría que le resulta familiarmente extraña. Y con todo y con eso, sigue estando muy por encima de una parte de los que hacen llamarse sus aficionados. Qué lejos queda aún el verano. Qué larga se puede hacer esta segunda vuelta.