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La espina clavada de Paco Herrera

Paco Herrera, entrenador del Real Valladolid, en el estadio José Zorrilla.
Paco Herrera, entrenador del Real Valladolid, en el estadio José Zorrilla. / Gabriel Villamil
  • El técnico repasa su trayectoria y se fija un objetivo: ascender y consolidarse en Primera con el Real Valladolid

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En su primer día como entrenador, en los juveniles del Badajoz –año 1989– Paco Herrera ya tenía una idea muy clara: aspiraba a ser un técnico moderno y mantenerse al día de las nuevas tendencias tácticas. A Herrera se le grabaron algunos comentarios en su etapa como futbolista, cuando los jugadores bisbiseaban en el vestuario comentarios del tipo ‘este entrenador está muy anticuado’. «No sé si ahora sigue pasando, pero en aquella época podíamos ser muy crueles. Me dije que nunca me ocurriría eso. Así que fui eliminando algunas cosas que entonces se estilaban. Había un patrón clásico que empezaba con 45 minutos de carrera continua, pero yo pensaba que se podía conseguir el mismo trabajo de resistencia con el balón. Poco a poco, fuimos creando escuela», recuerda el actual técnico del Real Valladolid.

Paco Herrera empezó aquel día una nueva etapa que, en realidad, prolongaba su trayectoria como jugador. Nacido en Barcelona el 2 de diciembre de 1953, Francisco Herrera Lorenzo fue hijo de la emigración. Juan y Dolores, sus padres, abandonaron Andalucía para trabajar en Barcelona. Juan Herrera encontró empleo en el puerto. Dolores Lorenzo se encargaba del mantenimiento en una de las playas privadas que existían en la Barceloneta. «Era curioso: una playa solo para señoras».

Paco Herrera nació tarde. Su hermano Juan, 14 años mayor que él, prácticamente ejerció de padre. Con Antonio, el segundo, se llevaba 10 años. «Me crié viéndoles jugar al fútbol. Mi ídolo era mi hermano mayor, ya fallecido. Juan llegó a debutar con el Barça, pero no llevaba la vida que convenía y se perdió un poco».

Apasionado por el fútbol, el niño Paco Herrera se inscribió a los diez años en ‘la Damm’, un club barcelonés únicamente de cantera. Allí jugó hasta los 18 años. Entonces le fichó el Sabadell y pegó el salto de juveniles a Segunda División. «Jugaba de centrocampista... ‘todocampista’, como decía un amigo mío. Era de mucho trote, de mucho correr, esfuerzo, defender, atacar... Hacía mis goles».

Ya entonces, Herrera pensaba como un estratega. «Yo nací entrenador. No paraba de hablar, colocar, corregir a los compañeros. Empecé a tener un estatus como transmisor de las órdenes del técnico». Así fue en los dos primeros años en el Sabadell en Segunda, pero no los tres que militó en el Sporting (dos en Primera y uno en Segunda División, tras el que vivió su primer ascenso). «Había gente muy importante por delante de mí: Quini, Churruca, Valdés, Megido, Ciriaco...».

Del Sporting pasó al Levante y, posteriormente, al Badajoz, el club y la ciudad que más le han marcado en todos los sentidos. «Jugué ocho años allí y, desde el principio, me hicieron capitán del equipo. ¡Soy el máximo goleador en la historia del Badajoz! Aún se acuerdan de mí como futbolista y el pasado verano me hicieron un homenaje por este motivo. Yo me siento pacense por todo lo que me han dado y me siguen dando».

A los 33 años, Paco Herrera decidió colgar las botas. El incansable todocampista había perdido fuelle y él solo aspiraba a la excelencia. «Empecé a ver que me costaba hacer ciertas cosas. El entrenador [Rogelio Palomo] me pidió que continuara un año más porque aportaba cosas, sobre todo para los más jóvenes. Le dije: ‘Roge, creo que debo parar porque no te doy lo que pretendo’. ¡Es que no quería estar en el banquillo! Así que me retiré y empecé a entrenar a los juveniles».

De la etapa como jugador, destaca la referencia de dos entrenadores. El primero, Antonio Jaurrieta, le dirigió en el Sabadell. «Era navarro, otro emigrante más afincado en Cataluña. Desde el primer partido confió en mí y me enseñó un montón de cosas». El segundo, Bernardino Pérez, conocido futbolísticamente como Pasieguito. «Me entrenó en el Sporting. Lo recuerdo con muchísimo cariño porque, para mí, fue el más listo de todos los que tuve, el más táctico. Había sido jugador del Valencia e internacional con España».

Ascenso con el Badajoz

La carrera como entrenador de Paco Herrera avanzó con celeridad en Badajoz. Primer año, equipo juvenil. Segundo año, filial en Tercera. Tercer año, primer equipo en Segunda B. «Tuve la suerte de ascender a Segunda. Lo hice innovando: jugábamos con tres centrales, dos laterales, tres en el medio del campo y dos arriba. Siempre he dicho que aquel Badajoz ha sido el mejor equipo que he tenido. Muchos de los futbolistas habían sido compañeros míos. Jugaban de memoria. Y subimos a Segunda tras ganar 5-1 el último partido del ‘play-off’. Apartir de ahí, empezó otra carrera:la de sentirme profesional».

Paco Herrera celebra con el Badajoz el ascenso a Segunda en el año 1992.

Paco Herrera celebra con el Badajoz el ascenso a Segunda en el año 1992.

El éxito en el banquillo acabaría obligando a Paco Herrera a abandonar su faceta empresarial. En aquella época, era distribuidor oficial para Extremadura de la marca Puma y contaba con un pequeño almacén. El Badajoz, club familiar donde hacía de todo («casi hasta lavaba la ropa...»), le permitía mantener la doble vertiente, pero entonces le llamó un Numancia en dificultades.Transcurría la campaña 1997-1998 y los sorianos corrían peligro de descenso a Segunda B después de asomarse a la categoría de plata por primera vez en 46 años. «Me pareció que era una buena manera de probarme. Si no, siempre estaba a tiempo de volver a mi casa y retomar mi trabajo en el Badajoz y mi actividad en Puma. Conseguimos sacarlo adelante y el Numancia se mantuvo en Segunda».

Lejos de su familia

Aquella etapa supuso una dura prueba personal para Paco Herrera. «Fueron seis meses que me marcaron mucho porque me resultaba imposible permanecer separado de mi familia. Así que adopté una decisión que no debía haber tomado: acepté la oferta del Mérida para estar cerca y vivir con ellos. Allí entrené durante dos años. Luego volví a Soria, ya en Primera, con una idea definitiva: la familia tendría que estar en un sitio y yo en otro. Mi mujer cogía el coche cada 15 días para ir a Soria y, a partir de ahí, a Albacete, Almería... un avión a Inglaterra. Siempre que podía venía con alguna de las niñas, en función de los colegios y de las actividades».

La segunda etapa en el Numancia no acabó bien y Herrera fue despedido después de sumar solo tres victorias y dos empates en las doce primeras jornadas en la élite. Aquella fue la primera de tres espinas que tiene clavadas de su paso por la máxima categoría. Los siguientes tres años entrenó en Segunda: Albacete, Poli Ejido y Recreativo. Y, entonces, surgió una nueva posibilidad para reinventarse como ayudante de Rafa Benítez en el Liverpool.

«Yo era un enfermo de aprender y se me presentó la oportunidad de ir a otro país para ver otro fútbol. Había conocido a Rafa en el curso nacional de entrenadores que hicimos en Albacete. Se desarrolló en un colegio mayor y me tocó estar de compañero con él. Hicimos muy buena amistad y, durante los años siguientes, nos pasábamos información, ideas, sistemas... Cuando me llamó para ir a Liverpool le dije que sí en seguida».

Con Benítez aprendió ‘método’. «No abandoné mis ideas, pero sumé la parte del orden. No se podía llegar a un entrenamiento media hora antes y antiguamente se hacía así. Prácticamente, se improvisaba. En cambio, conRafa se programaban y analizaban los entrenamientos al detalle».

Ahora, en el Real Valladolid, Paco Herrera ya trabaja intramuros dos horas y media antes de que empiece la sesión sobre el césped. Plantea el trabajo que harán los futbolistas, escucha a sus ayudantes, recopila ideas de su cuerpo técnico y delega tareas. Además, disecciona a los rivales en vídeo, una labor que también se extiende cuando acaba la práctica.

Con el Liverpool, Herrera vivió de cerca el éxito de los títulos:una Liga de Campeones y una FACup. Su labor en Anfield le permitió desarrollar otras capacidades en una nueva reinvención profesional. No solo era el entrenador del equipo reserva, sino también el ‘chief scout’, una especie de director deportivo. Paco Herrera analizaba los posibles fichajes y Rafa Benítez, como mánager, se encargaba de cerrarlos económicamente.

Después de dos años muy exitosos, Herrera tenía ganas de volar solo. «Se lo dije a Rafa con meses de antelación porque no quería dejarle tirado. Me propuso pagarme el doble, pero no se trataba de eso. Quería ser yo mismo». El Espanyol le hizo una oferta para trabajar como director deportivo. «Acepté por dos motivos: por un lado, era la única manera de volver. Por otro, suponía residir en Barcelona, donde estaba mi suegro, bastante enfermo. Para mi mujer también era importante y fue la primer vez en mucho tiempo que pudimos vivir juntos. Mi suegro falleció a los seis meses. Deportivamente fue muy buena decisión: el primer año jugamos la final de la ‘Europa League’ que perdimos contra el Sevilla en los penaltis. Pasé unos magníficos años con Ernesto Valverde, al que fiché yo. Cuando él se fue, comenzó en mí la inquietud de volver a hacer lo que quería:ser entrenador».

En enero de 2008, el Castellón llamó a su puerta. Quedaban cuatro días para que se cerrase el mercado y Herrera estaba en plena venta de Riera al Liverpool para fichar a Pareja. Cuando culminó las operaciones, le comunicó a Daniel Sánchez Llibre, entonces presidente del Espanyol, su intención de salir. Se fue a cambio de nada.

Del banquillo del Castellón pasó al Villarreal B y, en 2010, surgió la posibilidad de recalar en el Real Valladolid. «Esa opción no era inmediata, debía esperar algo, no sé qué, y el Celta me planteó una oferta clara a dos semanas para acabar la liga. Dije que sí».

En Vigo se produjo la gran explosión de Herrera como técnico. «A partir de ahí, todo se puso en su sitio. Me sentía maduro y ya no me veía como un entrenador-jugador».

El segundo año, logró el ascenso a Primera, pero, de nuevo, su oportunidad en la élite se vio frustrada con un despido tras 24 jornadas.

A Zaragoza llegó en 2013 en una «situación límite». «Era un volcán a punto de explotar. Tuve la opción de marcharme al Maccabi con Jordi Cruyff, pero no quise separarme de mi familia. El reto del Zaragoza era difícil, pero quería colocar al club en su sitio, lo mismo que intento ahora en el Real Valladolid. Yo estaría feliz de dejar Valladolid si tuviera claro que, con las bases que he puesto, el equipo conseguiría el ascenso con otro entrenador, algo que sucedió en Albacete y Soria».

En Las Palmas se repitió el patrón de técnico-milagro-de-Segunda-que-no-se-consolida-en-Primera. Otro ascenso a la élite, otro despido en la Liga de las Estrellas. «Tengo las ganas de quitarme esa espina. En la vida, todo son retos y este es el que me planteo ahora. Me gustaría que el Real Valladolid fuese el equipo en el que logre consolidarme como técnico en Primera. Estoy convencido de que tenemos cosas buenas para que se dé. Las negativas están relacionadas con la experiencia y detalles entrenables que no estoy limpiando al cien por cien».

Cantera en Vigo y Las Palmas

En el Celta y Las Palmas, Paco Herrera sintió que los dirigentes traicionaron el espíritu inicial. «Yo no cambié, lo hicieron ellos. Había que defender la cantera y yo les di eso. En Las Palmas llegamos a jugar con once canarios. En Vigo, lo normal era jugar con nueve vigueses. Los clubes cambiaron en Primera, pero yo seguí comprometido con la cantera. Eso me costó el puesto. Es una espina que sí me gustaría quitarme aquí. El Real Valladolid no tiene las mismas estructuras de cantera que Las Palmas o Celta. Aquí hay posibilidad de ir subiendo jugadores de uno en uno. Nunca me ha dado miedo hacerlo. Hay chicos importantes en el filial:Higinio, Mayoral, Calero, Anuar, Renzo, Rai... Este último me gusta mucho, aunque no puede jugar con nosotros por edad».

Herrera aún no ha aceptado la oferta de renovación del Real Valladolid. Prefiere esperar... por si acaso. «Puede venir un equipo de Primera a buscarme y no haber conseguido el objetivo aquí, pero yo he dado mi palabra de que no voy a fallar. Lo que estoy valorando es que se pueda torcer algo, que a veces se tuerce, y que haya un arrepentimiento por su parte, una atadura que no yo no quiero para el club. Pero, en realidad, ya me he atado con mi manera de pensar. Ahora tengo la seguridad de lo que quiero hacer».