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El pluscuamperfecto que se aleja del Real Valladolid

El pluscuamperfecto que se aleja del Real Valladolid

El instante ·

El penalti fallado por Guardiola supuso el principio del fin. Ya no vale escudarse en lo que podría haber ocurrido en caso de haber atinado

Joaquín Robledo

Domingo, 3 de marzo 2019, 10:33

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Promesas que nos hacemos cuando vemos más o menos cercana la paternidad pero aún pensamos como los hijos que somos y no como los padres que habremos de ser: yo nunca voy a decir a mis hijos que... Yo nunca voy a decir a mis hijos que... Hasta que los hijos se hace presentes, crecen y adquieren cierta autonomía; entonces, de aquellas bienintencionadas promesas, ni un rasguño en la memoria. Aquellas frases que jamás se iban a decir brotan ahora de la boca como si se hubieran memorizado en un catálogo escrito ex profeso.

El prototipo, la frase fetiche, de esa reconversión, es el «ya te lo había dicho yo» precedido semanas, o un rato antes, por cualquier advertencia estilo «te vas a caer». El padre/madre pretende remarcar la relación causa-efecto. En los oídos de la criatura con los codos y rodillas doloridos, levemente ensangrentados, suena, tan solo, a un ventajismo innecesario y fuera de lugar. Dicho lo cual, como el fútbol nos hace niños, absténganse –todos esos que quieren ir de padres– de decir «ya te lo había dicho yo» cuando la conversación se contornee por el cuerpo clasificatorio del Pucela. Sienta mal.

Otras frases de este mismo catálogo tienen una intención más ilustrativa, tratan de mostrar realidades intuitivamente irrefutables. Se escuchan en la casa de cada uno cuando apenas se es un mocoso y quedan grabadas a fuego para el resto de la vida. Nos sirve como ejemplo esa de «nunca llueve a gusto de todos». La misma lluvia que inesperadamente cae en Semana Santa alegra el campo y el rostro de los agricultores, asola las ilusiones del cofrade que lleva meses lustrando la corneta. Los primeros, en el bar, aprietan los puños, se apiñan, festejan colectivamente y brindan por su suerte. El 'viejo' Diego López, que fue capaz de desencadenar esa tormenta, celebra con más rabia. Con el campo verdegueando, solo faltaba esperar el momento de la siega. El del dorsal 22, ese M. Hermoso que en su día vivió por aquí, tuvo la hoz preparada en el momento preciso para llevar a la panera de su actual equipo el trío de puntos. El segundo, el pobre Guardiola, se lamenta. Un minuto antes desde la ventana el cielo aparecía despejado, cerró y abrió los ojos, pasó el cepillo por el hábito de la cofradía, sacó la corneta de la funda, sonrió y tomó carrerilla hacia la puerta. Fue pisar la calle y escuchar el primer trueno. El cielo se ennegreció. Un segundo después, manos a la cabeza, el cofrade Guardiola fue consciente de que no habría procesión.

Se oye decir por ahí que «si hubiera marcado ese penalti, el Valladolid habría ganado el partido». Llegado el momento de la excusa, el manual de frases de padres/madres guarda siempre un comodín: «cuando me dices que si, es que no». Ese puñetero 'si' condicional es el el peldaño para subir a la tarima de la irrealidad, al prado de lo que pudo haber sido pero nunca fue. No siempre, claro, cuando a la partícula condicional le sigue un pretérito imperfecto de subjuntivo, existe aún remedio. Vamos, que si el Valladolid recuperase la dureza mental perdida, tendría opciones de huir de la quema. Malo, sin embargo, cuando entra en escena el pluscuamperfecto. Si hubieramos hecho, si hubiéramos atinado... Es seña de que ni hicimos ni atinamos. Y entonces vendrá algún aguafiestas a decirnos que ya lo decía él.

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